«Yo he creído que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido al mundo«.
~Juan 11:27
Miremos el mundo. ¿Qué vemos? Sí, ciertamente hay diversas muestras de pecado, de toda índole y en todo grado, ¿pero qué más hay allí? También hay altas muestras de moralidad y ‘buenas intenciones’. Veo impíos dejando el alcoholismo y las drogras, trabajando para llevar comida a sus casas y no siendo parte de las tendencias consumistas de nuestro siglo. Veo incrédulos tratando con ternura a sus esposas, jugando alegremente con sus hijos, procurando reformas sociales que incluso podrían ser plausibles y creando arte maravilloso. Si somos sinceros, no sólo vemos maldad, sufrimiento, rencillas, infidelidades y delitos en el mundo: también hay muestras de caridad, expresiones artísticas dignas de alabanza, logros deportivos admirables, ejercicios de carreras académicas excelentes, conformación de familias educadas y útiles, establecimiento de empresas valiosas, y cosas similares.
La Imagen de Dios aún está en el hombre. Santiago nos lo recuerda y la experiencia lo evidencia: el hombre no es tan malo como podría serlo. Dios lo restringe. La Ley en su conciencia lo limita. La influencia del cristianismo en la sociedad lo afecta y condiciona. Y a pesar de que esa Imagen se encuentra desfigurada, manifestando toda suerte de transgresiones, a la vez sigue allí manifestando toda clase de actos de buen nombre, en los que hay cierta virtud y los que son digno de cierta alabanza.
Y aunque una vida contraria a la inmoralidad es el fruto de un hijo de Dios, este moralismo no es en sí mismo la prueba definitiva de que un hombre tiene paz con Dios. Es verdad que los actos externos, tanto en palabras como en obras, manifiestan lo que hay en el corazón, pero muchas veces esos actos, que ante nuestros ojos son buenos, todo lo que evidencian (incluso si no nos damos cuenta) es hipocresía u orgullo que Dios sí conoce. No todo acto hecho por el hombre que no represente un mal evidente, es bueno ante los ojos de Dios. Él ha dicho que lo que no procede de fe, es pecado (Romanos 14:23), porque la fe verdadera es la gran diferenciadora de los hombres mucho más que sus obras. «Cualquiera que se extravía, y no persevera en la doctrina de Cristo, no tiene a Dios» (2 Juan 1:9).
Jesucristo, tal y como es presentado en las Escrituras y recibido por medio de la fe, es la gran muestra de la obra de Dios en el corazón. Las palabras dichas por María en nuestro texto, son similares a las dichas por Pedro en Mateo, y al respecto Cristo dijo: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (16:17). Jesucristo como el único Redentor, abrazado por un corazón arrepentido, es el verdadero diferenciador entre los hombres: los que creen en Él, tienen paz con Dios para siempre; los que no, sin importar el resto de su vida que ante Dios no es más que suciedad, están condenados (ver Juan 3:18). Las buenas obras llegan a ser un adorno de la fe del cristiano, una consecuencia de la obra de Cristo en Él, mientras que en el impío sólo son un disfraz de su verdadera condición muerta y miserable (ver Tito 2:10, 2 Corintios 2:14 y Efesios 2:1-10).
Cierto predicador estadounidense de la ciudad de Filadelfia, Pensilvania, lo colocó brillantemente de la siguiente manera:
«Si Satanás se apoderara de Filadelfia, su estrategia más diabólica sería esta: todos los bares serían cerrados. Toda la pornografía y prostitución serían eliminadas de las calles. Las calles estarían limpias. Los vecindarios estarían llenos de ciudadanos que obedecerían las leyes. Todas las malas palabras terminarían. Los niños dirían ‘¡Sí, señor!’, ‘¡No, señora!’. Y todas las iglesias en Filadelfia estarían llenas, hasta el punto que sólo habría lugar para estar de pie. No habría ni una banca que pudiera contener a un ciudadano más de Filadelfia. Toda la ciudad estaría en las iglesias. Y el ataque más diabólico sería este: que en cada una de estas iglesias llenas, Jesucristo -y este crucificado- no sería predicado. Habría una religión, pero sin Cristo. Habría moralidad, pero sin Cristo. Habría preocupación cultural, pero sin Cristo. Habría pensamientos positivos, pero sin Cristo. Habría cristianismo, pero sin Cristo».
Así que, ¿es preferible la moralidad aunque la fe sea incorrecta? De ninguna manera. Ningún mal debe ser preferido. Quien es moral necesita a Cristo, tanto como el que es abiertamente inmoral. El moral es pecador y el inmoral lo es aún más. Ni el uno ni el otro alcanzarán la salvación fuera del Hijo de Dios. ¿Usted ha creído en Él, suficiente y exclusivamente, o todavía confía en sus obras o en otros dioses o en alguna fórmula mixta? Tenga presente, amigo mío, que Dios quiere que Sus hijos se caractericen por una fe sincera en Su Hijo Jesucristo y un compromiso serio con Su causa. De lo contrario, Él amenaza con que los infieles perecerán en el camino (ver Salmo 2:12). ¿Es usted enemigo de Dios o ha sido reconciliado por la fe en Jesucristo? Sus obras lo dejarán fuera de la cárcel tanto como del cielo, a menos que su confianza esté absolutamente puesta en Cristo, el Hijo del Dios viviente. Tenga esto presente: «de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).

Ánderson Cardona Bonilla, miembro fundador de la Iglesia Bautista Gracia Redentora de la ciudad de Pereira. Cristiano desde el año 2012, por la sola gracia del Señor, con fuertes convicciones Calvinistas, Bautistas Particulares y de la Reforma Protestante Histórica y Confesional. Casado con Manuela, sin hijos aún. Abogado y traductor. Preparándose actualmente para el Ministerio bajo la dirección del pastor César García, mientras sirve de forma activa en la obra local.