Los creyentes no están en pecado por no amar al Señor Jehová nuestro Dios con “todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.”. ¿Por qué? Porque sencillamente Cristo amó al Padre de esta manera por nosotros.

Pastor César García, IBGR, Pereira

¿Amas a Dios con todo el corazón?

El hombre tiene diferentes maneras de dar respuesta a la pregunta ¿amas a Jehová tu Dios con todo el corazón?. Unos responderán en función de sus emociones (ej.: ¡Oh, yo sí que amo a Jehová mi Dios !). Otros quizás lo harán sin haber entendido el carácter y la envergadura de la pregunta en cuestión (ej.: ¡Oh, yo amo a mi Dios porque él me da todo lo que yo le pida!). Sin embargo, aquí como en cualquier otra pregunta que se relacione con el Altísimo, lo que importa es una cosa y es esta: ¿Qué es lo que dice… ¿Qué es lo que nos enseña la Escritura al respecto de nuestro amor por Dios y de la demanda de amarlo con todo nuestro ser?

La enseñanza de la Escritura al respecto de cómo debe ser nuestro amor por Dios

En la Escritura, el Espíritu de Dios de manera clara e inequívoca inspira a Moisés para que escriba una de las órdenes más elevadas que el hombre pueda recibir de su Hacedor.

Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.
Deut 6:5

El estándar del amor a Dios

En este versículo, encontramos el estándar perfecto de Dios que tanto contrasta con nuestro carácter mediocre y muchas veces tibio. El texto dice “amarás a Jehová tu Dios”. Esta es una clara orden de carácter universal. El Señor es el creador de toda la raza humana, su sustentador, su cuidador y su Dios. Por tanto toda la raza humana está en la obligación de amar a su Dios. (Aunque las razones no las daremos en este breve artículo, sobra decir que la razón principal del porqué una persona debe amar a Dios es esta: Dios ha ordenado que lo amemos. ¡Dios es Dios[1], hermanos, y debemos amarlo por quien es Él: Él es Dios!

Pero el texto va más allá de la orden de amar a Dios porque Él así lo demanda. Ahora el texto nos muestra el grado de amor que Dios demanda: “de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.”

Este amor que Él demanda, es aquel donde todas las facultades de nuestro ser (la razón, la consciencia, la voluntad, el corazón y el espíritu) manifiesten su amor a Dios en una máxima expresión. En términos prácticos, amar a Dios como Él ordena en su Palabra equivaldría a decir que todos nuestros afectos, sentimientos, nuestra atención, nuestra adoración, nuestra gratitud y nuestra entrega son para Él y sólo para Él.

Las implicaciones de la demanda Divina

Amar a Dios con todo nuestro ser, implicaría que siempre escucharíamos “al juez” de nuestras consciencias regeneradas, cuando nos redarguya de pecado por la Ley de Dios y nos conduzca a pedir perdón. También implicaría que nuestra voluntad, sujeta a Dios y a su Palabra, siempre hiciese lo que Dios ordena y jamás aquello que Él aborrece. Desde luego, el perfecto amor a Dios que deberíamos rendirle, implica que nuestro espíritu siempre estuviera en comunicación con Dios por medio de la oración, y que siempre fuera alimentado por medio de la Palabra.

De otro lado, “amar a Dios con todas nuestras fuerzas” no excluye el cuerpo. Por el contrario, el amor que le debemos al Señor, implica que el cuerpo con el que Él nos ha dotado, todas las facultades con las que Él nos ha bendecido, todo el aliento de vida con el que Él nos ha sostenido y todas las fuerzas que de Él provienen, se emplearían principal y preferencialmente a amarlo, a servirle y a obedecerle; pero también, a buscar el bienestar del prójimo.

Pero, ¿amamos a Dios “de todo nuestro corazón, y de toda nuestra alma, y con todas nuestras fuerzas”?

No es necesario hablar mucho en este punto pues la respuesta es obvia. No amamos al Señor tanto como debiéramos. Pero a pesar de nuestra incapacidad de amar a nuestro Buen y Soberano Rey de la manera perfecta que Él merece y que Él mismo ordena, la orden de Deuteronomio 6:5 es continúa siendo clara e inmutable.

A nuestro reconocimiento humilde de que no podemos amar a Dios como Él merece, hay que agregar –pero jamás a manera de justificación– que mientras estemos en este cuerpo de muerte, y mientras nuestra batalla en contra del remanente de pecado que permanece en nuestros corazones continúe, no podremos amar al Señor como Él ordena.

¡Desde luego!, debemos usar todos los medios de gracia disponibles para nuestro avance en santificación. No hay duda de que debemos esforzarnos para servirle tanto como podamos. También, debemos mortificar la carne a diario, negándole un sinfín de placeres y deleites en las que se complacería en demasía; y desde luego que debemos esforzándonos con todo nuestro ser para obedecer sus mandamientos.

Pero aún si todo esto hacemos al pie de la letra (y es evidente que nadie lo hace) jamás podremos llegar a amar a Dios como Él lo merece.

Bien dijo un pastor en cierta ocasión

Señor, perdóname por no amarte como debo. Señor, gracias por no castigarme como merezco.

Si entonces la orden es «Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas» y si hemos reconocido que no lo hacemos, surge una pregunta de inmediato …

¿Están los creyentes en continuo pecado por no amar a Dios como Él mismo ordena?

La respuesta es No, y la base de esa respuesta es Cristo. Los creyentes no están en pecado por no amar al Señor Jehová nuestro Dios con “todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.” sencillamente porque esa orden es el resumen de la primera tabla de la Ley de Dios (los primeros 4 mandamientos) y la ley de Dios no justifica ni tampoco condena al verdadero creyente, sino que se constituye como el estándar y canon de su vida.

Mar 12:30 Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento.[2] v31 Y el segundo[3] es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.

Si bien nosotros no podemos, repito, mientras estemos en este cuerpo de muerte que es distraído y asediado por el pecado, amar a Dios de una manera perfecta, ¡damos gracias a Cristo que como nuestro representante ama al Padre de la manera perfecta en la que sólo Él lo puede hacer! Así pues, el amor perfecto de Dios Hijo a Dios Padre hace posible que, en nuestra justificación, la falencia inherente a nuestra naturaleza humana al no poder amar a Dios de manera perfecta no nos hubiese sido contada como pecado. ¡Pero no sólo eso!, en nuestra justificación, el amor de Dios Hijo a Dios Padre se nos es imputado a nosotros por medio de la Fe.

¡Qué grande es el amor de Dios para con sus hijos que no cuenta nuestras falencias al amarlo, como pecado para condenarnos! y ¡Qué grande es el amor de Cristo para con nosotros  que toma su perfecto amor por Dios y lo presenta a Dios en nuestro nombre para ser aceptados en el Amado!

¡El hijo de Dios anhela amar más a su Dios!

Ahora que hemos entendido que siendo justificados no somos condenados por no amar a Dios Padre de la manera perfecta y con el estándar elevado que Él ordena; ahora que hemos sido declarados “justos” delante de Él… ahora deberíamos a pedir Su gracia para así agradecerle más y esforzarnos más por obedecerle más y honrarlo más…

Hermanos, si bien Cristo es la razón por la que no somos castigados por no amar a Dios como debemos, es apropiado traer una palabra de advertencia antes de dar fin a esta breve meditación. Ninguno de los hijos de Dios se goza de no poder obedecer el mandamiento de amarlo (y al prójimo) como Dios ordena.[4] Por el contrario, la Escritura evidencia tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, que el amor del hombre para con Dios va íntimamente ligado a la obediencia de sus ordenanzas y mandamientos.

El amor por Dios y la obediencia a Él, van tomadas de la mano.

El A.T. es claro en esta relación: Deu 11:1 Amarás, pues, a Jehová tu Dios, y guardarás sus ordenanzas, sus estatutos, sus decretos y sus mandamientos, todos los días; y el N.T. lo es aún más Juan 14:21 El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama.

¿Cuánto amas a Dios? Bueno… la medida perfecta de tu amor por Dios, sólo la sabe Dios mismo. Nuestros corazones son “engañosos y perversos, más que todas las cosas” Jeremías 17:9, y una de las cosas en la que somos engañados muy a menudo es en creer que nuestros corazones están llenos de amor por Dios mientras desobedecemos la Ley Moral de Dios, perfectamente resumida por el Señor mismo en Marcos 12:30-31. Es nuestra obediencia a la Ley Moral de Dios (no de carácter justificante, ni tampoco condenatorio), el termómetro que indica cuánto amamos a Dios.

¿Cuánto amas a Dios?

Así que si alguien te formula la pregunta ¿Cuánto amas a Dios? Quiera el Señor darte la consciencia para responder “le amo, pero no lo suficiente” … “sí, le amo, pero no de manera perfecta” … “¡claro! le amo, no por nada que esté en mí, sino porque Él me amó a mí primero” … “sí, le amo, aún en medio de mi imperfección”. Quiera Dios recordarte que el amor a Dios y la obediencia a sus mandamientos es un notorio hilo doctrinal que va desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento, y que por lo tanto no es posible desligar el amor por Dios de la obediencia a su bendita Ley.

Si queremos amar a Dios antes de finalizar el día, más de lo que le amábamos al comenzarlo, debemos empezar por pensar en su amor para con nosotros. Su amor para con nosotros es un amor perfecto (no está manchado por el pecado), invariable (no depende de estados de ánimo ni de circunstancias algunas), infinito (porque todos los atributos de Dios, incluso el amor, es infinito), eterno (porque nos amó desde antes de la fundación del universo) y desinteresado (porque Dios no necesita nada de nosotros).

¿Hacia qué punto nos debe llevar la pregunta, ¿Amas a Dios?

Hermano, que la pregunta ¿Cuánto amas a Dios?, te lleve a orar en acción de gracias por el amor de Dios para contigo. Que esa pregunte te lleve a meditar en tu santificación personal. Que esa pregunta, por la gracia de Dios, te lleve a pensar más y más en el amor de Cristo desde dos puntos de vista:

1) Hacia arriba. Es el amor perfecto de Cristo para con Dios Padre (manifestado en la obediencia perfecta a la Ley) lo que hace que no seas condenado por no amarle como Él lo ordena en su Ley.

2) Hacia abajo. Es el amor perfecto de Cristo para contigo la causa por la que, sufriendo y en agónico dolor, subió a la Cruz del Calvario para morir en tu lugar y así, un día en el cielo, tu le puedas adorar de manera perfecta conforme a su excelso estándar Divino e infinito.

Pero el fin de este discurso es este ¿Cuánto amas a Dios? Y la respuesta es

El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama.
Juan 14:21


Referencias

[1] Deu 7:9 Conoce, pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones;

Jos 2:11b …porque Jehová vuestro Dios es Dios arriba en los cielos y abajo en la tierra.

Sal 48:14 Porque este Dios es Dios nuestro eternamente y para siempre; El nos guiará aun más allá de la muerte.

[2] Es principal en el sentido de que este deber de amar a Dios de manera perfecta (por medio del cumplimiento de los primeros 4 mandamientos) precede al de amar al prójimo de manera perfecta (por medio del cumplimiento de los siguientes 6 mandamientos). Es principal, también, en el sentido de que no hay deber más grande que el que tiene una criatura de amar, servir y adorar a su Dios (a Dios se le adora, al prójimo, no).

[3] No es que haya solo dos mandamientos. Los mandamientos son muchos, pero los únicos vinculantes para el creyente, son aquellos 10 que comúnmente se les conoce como La Ley Moral. Aquí el punto es notar que el segundo mandamiento, al que nuestro Señor se refiere, es simplemente el sumario perfecto de los mandamientos 5 al 10.

[4] El primer y gran mandamiento es amar a Dios de manera perfecta. El segundo y gran mandamiento es amar al prójimo de manera perfecta.

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