Efe 2:19 Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios

Antes éramos extraños, ahora somos «de la casa», antes éramos extranjeros y sin privilegio alguno en el reino de los Cielos, ahora somos «coherederos de todas las riquezas celestiales en Cristo».

Las ciudadanías de los países del mundo se adquieren por cumplimiento de méritos o por pago de dinero (Hechos 22:28), pero la celestial es otorgada, no por méritos ni obras, sino por gracia; no por el esfuerzo del hombre, sino por el favor inmerecido de Dios aplicado por el Espíritu Santo.

¡Oh, hermanos, cuántas gracias deberíamos dar en particular a la persona del Espíritu Santo! pues para ser conciudadanos de los santos, Dios nos tuvo que hacer de nuevo: Nos dio vida por el poder de su Espíritu, nos bautizó en su Espíritu, nos selló con su Espíritu, nos dió a su Espíritu y nos guía por su Espíritu.

Como miembros de su familia y habiéndonos Dios dado a su Espíritu como «prenda» de que seremos perfeccionados (glorificados), ahora todos por naturaleza deberíamos estar produciendo aquellos frutos de los que nos habla Gálatas 6:22-23.

Distintivos de nuestra familia

Si los miembros de «las familias en la tierra» se reconocen por sus apellidos, a nosotros, los miembros de «la familia del Cielo» nos reconocen por nuestras obras (o por los frutos que damos), producto de la gracia de Dios obrando en nosotros. (Mateo 5:16, Santiago 2:22).

Si la membresía a las familias terrenales se da en virtud de la paternidad humana, la membresía a la familia celestial se da en virtud del pacto Divino. No es es miembro aquel que dice pertenecer a esta familia de Dios, sino aquel que por Dios ha sido adoptado, después de haber sido justificado. No es miembro el que profesa pertenencia, es miembro aquel de quien la gracia Divina da pública evidencia.

Obediencia al Padre de familia

Otro aspecto esencial, al meditar en este versículo, es el tener consciencia de quién es nuestro Padre. Nuestro Padre Celestial, es el Padre y cabeza de nuestra familia. Él como padre responsable nos provee, nos protege, nos corrige y nos castiga, pero sobre todo (y eso se le ha olvidado a gran parte del cristianismo de la actualidad) nos gobierna. En la familia de Dios, sus hijos no pueden hacer lo que se les venga en gana so pretexto de pertenecer a ella; lo contrario es verdad.

En la familia de Dios sus miembros son conscientes de la autoridad absoluta de la cabeza del hogar y de la obediencia total que le debemos.

¡Una familia llena de beneficios!

¡Qué gran consuelo hay para aquellos que por la fe en Cristo, han sido adoptados en la familia de Dios! Puede que, como dice la Escritura, «padre o madre los abandonen» (Salmo 27:10), puede que, sus enemigos sean aquellos de su misma familia (Mateo 10:35-36) o puede que aquel en quien confiamos alce contra nosotros el calcañar (Salmo 41:9)… todo eso, y más, puede pasarnos… pero nada ni nadie tendrá la fuerza suficiente para arrancarnos de la familia celestial a la que pertenecemos, o de quitarnos ninguno de los beneficios que ganó el Hermano Mayor de nuestra familia: ¡Nuestro Señor Jesucristo!

¡Demos gracias por nuestra familia celestial!

Gocémonos meditando en los privilegios que tenemos como miembros de la familia Celestial. Alabemos a Dios en acción de gracias por habernos hecho miembros de ella. Leamos la Escritura para ser recordados de nuestros deberes como miembros y pidamos de nuestro Padre la gracia para cumplir con ellos y vivir así testificando que somos «conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios»

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