Hch 16:29 El entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas; v30 y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? v31 Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.

¿Quién de entre los que hoy son salvos, jamás negó en el pasado la realidad de su condenación? ¿Hay alguno entre el pueblo de Dios que antes de su conversión, no haya negado su necesidad de salvación? ¿Quién de los que hoy pueden decir: Lámpara es a mis pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino, ¿antes no rechazó la idea de que estaba en tinieblas? Si algo caracteriza el estado del inconverso es la negación de su estado de perdición y condenación.

En este pasaje encontramos que un hombre, un carcelero para ser más específico, es la vívida representación de los creyentes antes de la obra regeneradora de Dios; creíamos estar bien, cuando en realidad estábamos mal; creíamos no tener necesidad de nada, cuando en realidad éramos unos miserables, y creíamos ser libres, cuando en realidad estábamos en aquella prisión de duros barrotes, llamada pecado.

¡El carcelero de la ciudad de Filipo tenía como oficio cuidar de los presos, y sólo hasta cuando Dios obró en su corazón, él pudo ver la miseria de su pecado, y finalmente se dio cuenta de que él mismo se encontraba en una prisión infinitamente peor de aquella que cuidaba como oficio!

Ya regenerado por un obrar soberano del Altísimo, su afán por estar en paz con Dios “se precipitó adentro”, y su temor al comprender su estado de condenación “temblando, se postró”, llevó a este hombre a formular la pregunta más importante de su vida “¿qué debo hacer para ser salvo?” Y ¿cuál fue, es y siempre será la única respuesta a tan importante pregunta? Pues aquella del Evangelio, sintetizada en la dulce, sencilla y sublime promesa “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” …

Si por la gracia de Dios puedes ver las tinieblas en las que te encuentras, haz lo que hizo el carcelero: pide luz… si por el obrar del Altísimo percibes que estás apartado del Señor, imita al carcelero: precipítate hacia Él, Él no te rechazará. Si por su Espíritu comprendes que eres digno merecedor de Su ira, tiembla y póstrate a sus pies, Él no te castigará. De esta manera, cuando agobiado por el pecado, consciente de tu culpa e impotente para mejorar tu miserable condición, levantes tus ojos al Dios Omnipotente para hacer la pregunta más importante de tu vida “¿Señor, ¿qué debo hacer para ser salvo?” … Él te contestará lo mismo que le contestó Pablo al carcelero “Cree en […] Jesucristo, y serás salvo

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