Muchos de nosotros hemos sido aficionados al fútbol. Quizás muchos fueron fanáticos del balompié tanto así que después de gastar toda una tarde viendo a su equipo favorito, salían de los estadios, hablando sin parar de las jugadas, de las atajadas, de las faltas y hasta del árbitro.

Pero ahí no para todo, el tema del fútbol trascendía el día del partido y parecía estirarse constante y progresivamente a lo largo de toda la semana, de tal manera que el fútbol era el tema de conversación en casa, en medios de transporte, en el trabajo… y lamentablemente, hasta en el local en el que se congrega la iglesia.

1 Cor 15:33 No erréis; las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres.

¿Es lícito hablar de fútbol, de cocina, de arte y de cualquier otra actividad que no sea pecaminosa (en sí misma) cuando nos reunimos como iglesia? ¡Por supuesto que lo es! … aquí la pregunta no es si eso es pecado o no. Lo que le compete al creyente es preguntarse si, primero, esas conversaciones ocupan la mayor parte de su tiempo cuando se reúne con la iglesia, y segundo, si esas conversaciones son las más prudentes y apropiadas para sostener entre quienes se reúnen con la iglesia para adorar a Dios y ser edificados en el conocimiento de Su Palabra.

Si bien la palabra “conversaciones” en este versículo hace alusión en primera instancia a “la compañía de una persona”, por implicación la palabra μιλία (homilia) en el original Griego, termina proyectando la idea de las conversaciones entre una persona y quien lo escucha.

Así pues, en el contexto de este mensaje, la palabra “conversación” se tomará en el sentido literal como aquello que una persona habla con otra. Pero de nuevo surge un interrogante, ¿son las conversaciones descritas anteriormente malas per sé? A primera vista, estas conversaciones no son malas. Pero si examinamos un poco más a fondo el carácter de muchas de ellas, de seguro no tardaremos mucho tiempo en concluir que estas conversaciones “seculares con apariencia neutral” en realidad sí pueden ser malas y contraproducentes para la salud de la iglesia.

Deseo ilustrar el punto con un par de breves ejemplos: primero. La píldora para dormir que es ingerida con una bebida alta en cafeína: sobra hablar mucho al respecto de esto. La cafeína contrarresta el efecto de la píldora y la persona termina desvelada. Segundo. El alimento delicioso al paladar que es acompañado por una bebida inapropiada: de nuevo, hay ciertas bebidas que “magnifican” los sabores de ciertos alimentos, mientras que existen otras que los arruinan por completo. Cuando un fino alimento es acompañado con una bebida inapropiada o en mal estado, el comensal de seguro terminará decepcionado y sin haber podido deleitarse en la exquisitez del alimento que le fue servido.

Exactamente igual sucede cuando “las viandas” de la Palabra son servidas con cuidado y esmero a la mesa de la iglesia cada semana, o puesto en términos de la parábola del sembrador: sucede lo mismo «cuando la semilla ha sido sembrada» … Dicho esto, ya es lo suficiente malo que la semilla algunas veces caiga en terreno pedregoso o espinoso. Ya es lo suficientemente malo que algunas veces la semilla caiga al lado del camino. Hay “cosas” en nuestra propia naturaleza que se oponen al efecto de la Palabra.

Además de esto, Satanás siempre quiere impedir que la Palabra surta efecto, y como si eso no fuera poco, no pocos creyentes están descuidando el carácter y la idoneidad de sus propias conversaciones, y de esta manera, están impidiendo que la palabra surta efecto en ellos y en otros. (Si alguien quisiera ser más crudo podría decir esto: no pocos son los creyentes que impiden, por medio de conversaciones inoficiosas, que el reino avance y que la iglesia se edifique)

¿Observan el punto? Después de que las viandas de la Palabra son servidas, sucede que a menudo vienen como vinagre sobremesa, toda suerte de conversaciones inoficiosas, triviales, vanas y hasta mundanas. ¿Y lo peor de todo? No nos estamos percatando de que por medio de ellas, no sólo estamos entorpeciendo las labores del ministro y del avance de la causa cristiana, sino que no nos estamos edificando nosotros ni estamos edificando a otros.

1 Tes 5:11 Por lo cual, animaos unos a otros, y edificaos unos a otros, así como lo hacéis.

Queridos hermanos, ¡ningún pastor les puede dar una lista de cosas que son lícitas para hacer y otra de aquellos que no lo son! Nadie puede decirle a usted qué cosas puede y qué cosas no puede hablar: ¡Es pecado tanto para quien quiere ser obedecido en estas cosas, como para quienes obedecen! Así que, de nuevo, el llamado no es la prohibición de ciertas conversaciones en la iglesia, sino al discernimiento y a la examinación por parte de cada miembro de la iglesia al respecto de la idoneidad de las conversaciones que ellos propician en la iglesia: ¡ese es el punto!

El punto a considerar, es, ¿Qué conversaciones edifican la iglesia y qué conversaciones impiden, frenan o son de tropiezo para la edificación de la misma? El punto no es que la iglesia cuando se reúne sólo pueda hablar de cosas santas, elevadas y sublimes (algún día será así); pero, no ahora; sabemos que muy a menudo es necesario hablar cosas prácticas de orden secular en la iglesia. En otros casos, simplemente hay sanas conversaciones que no ocupan mucho tiempo y que giran al respecto de temas seculares… no veo el más mínimo problema con eso.

Así pues, el punto que nos atañe es este: que la iglesia cuando se reúne debe discernir y escoger lo mejor de entre toda posible opción, y eso incluye las mejores conversaciones en cada ocasión. Y es en ese orden de ideas en el que argumentamos que cuando el pueblo del Señor, por ejemplo, se reúne en el Día del Señor, su deber es el de priorizar la Palabra de Dios por encima de la suya propia y aquello que es santo por encima de lo secular.

¿Es lícito hablar de fútbol, de cocina o de cualquier otra actividad que no sea pecaminosa (en sí misma) cuando nos reunimos como iglesia? ¡Por supuesto que lo es! … aquí la pregunta no es si eso es pecado o no. Lo que le compete al creyente es preguntarse si esas conversaciones ocupan la mayor parte de su tiempo cuando se reúne con la iglesia, y si son las más prudentes y apropiadas para sostener entre quienes se reúnen para adorar a Dios

IBGR, Pereira

Entonces, ¿son pecaminosas aquellas conversaciones seculares, tales como el fútbol, la política, cocina, arte, etc.? No, pero sólo si estas no ocupan el tiempo que debemos dedicarle al avance de la causa del Señor… No son pecaminosas, si estas no interfieren con la orden apostólica de edificarnos y animarnos unos a otros… No son pecaminosas, si estas no están opacando el sermón predicado… Así pues, es evidente que debemos priorizar los asuntos del reino muy por encima de cualquier otro asunto secular, en especial, en el Día del Señor.

Para quien hasta este punto no haya quizás percibido la esencia del llamado de esta meditación, repito con sincera humildad: No es que no podamos hablar de aquello que no sea la Palabra de Dios o el sermón predicado; o puesto de manera positiva, no es que tengamos que hablar sin parar de la Palabra de Dios o del sermón predicado; ¡Claro que podemos hablar de otros asuntos! El punto es, ¿debemos?, ¿Tienen estos asuntos la prioridad por encima de la Palabra y del sermón predicado? ¿Es más importante una conversación secular que una conversación santa que edifique? ¿Con qué tipo de conversaciones glorificamos más al Señor, ¿Con el fútbol y la política, o con los beneficios de la obra de Su Hijo?

Amados hermanos, les exhorto al discernimiento. Les exhorto en el amor del Señor a la reflexión. Les exhorto a todos los que dicen amar la iglesia del Señor, a cuidar la iglesia del Señor por medio de conversaciones piadosas y edificantes. ¡Qué benéfico sería para el cuerpo del Señor, si como miembros tuviésemos un poco más de discernimiento al respecto!

Como nota adicional, es bien sabido que en los tiempos de los puritanos ingleses, se hacía mucho énfasis en el carácter santo de las conversaciones de los santos. Eso era algo muy importante para ellos y de lo que la iglesia se beneficiaba enormemente. Pero los tiempos han cambiado y no es secreto que ahora muchos pastores estamos un poco inquietos por el auge y/o exceso de las conversaciones seculares entre los santos cuando se reúnen como iglesia; sobre todo, porque muchos de ellos no puedan apreciar que en vez de hablar «de esto y de aquello y de esto otro», deberían como iglesia que son, darle prioridad a la edificación, a la exhortación, al ánimo y a la reflexión de la Palabra entre ellos, cuando todos no están orando, o evangelizando o siendo instruidos en la Palabra.

Así pues, si lo que dice el texto es verdad “1Co 15:33 las malas conversaciones corrompen las buenas costumbres” (y es verdad) entonces lo opuesto es también verdad: y les invito a considerar la virtud opuesta con el fin de adoptarla: las buenas conversaciones sanean y purifican las buenas prácticas (costumbres).

Quisiera terminar esta breve publicación de otra manera, pero en virtud de que sé que esta puede ser mal interpretada, deseo terminarla diciendo esto: esto no se trata de prohibir, ni de regular… se trata de discernir y de priorizar. ¡De eso se trata!

Así que en el contexto de las conversaciones ¡también somos libres en el Señor! aunque es pertinente subrayar: La verdadera libertad cristiana no lleva al hijo de Dios -cuando se reúne con la iglesia- a reclamar su derecho de hablar acerca de cualquier cosa … ¡No! La verdadera libertad cristiana habilita al Hijo de Dios, para que cuando se reúne con la iglesia, escoja libremente hablar todo aquello que sea santo, puro, y edificante para ella.

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