Un pastor adúltero – Un pensamiento que estremece

¿Puede un pastor adúltero ejercer de nuevo el ministerio? Trataremos de responder esa pregunta. Con gran temor y temblor me acerco a opinar al respecto de este tema a la luz de 1 de Corintios 10:12; un versículo claro y de aplicación universal para quienes caminamos en Cristo.

Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga. 1 Corintios 10:12

Soy consciente de ser “objetivo militar” de Satanás (en realidad todo verdadero pastor lo es), como también de la solemnidad de las palabras de nuestro Salvador al citar la profecía de Zacarías 13:7

Hiere al pastor, y serán dispersadas las ovejas… Zacarías 13:17

2 posturas al respecto del caso de un pastor adúltero.

Cuando el pastor de la grey es herido, las ovejas a su cuidado pasan por un tiempo de estrés extremo y la paz del rebaño se pierde, muchas veces por un largo periodo de tiempo. Muchos de quienes han profesado la fe, se extravían; otros deambulan, desilusionados, y otros por el contrario, permanecen al lado de un pastor debilitado y herido que persiste en permanecer en el ministerio, quien no pudiéndose cuidar él mismo, tampoco puede cuidar a las ovejas que lo siguen.

Para poner las cosas en el debido contexto quiero que el amable lector se formule esta pregunta: Si usted fuera dueño de una gran hacienda y se entera de que uno de los pastores a los que usted le ha encargado el cuidado de sus ovejas, es negligente con su propio cuidado, es abandonado en el cuidado de ellas, duerme perniciosamente y como resultado de haber sido malherido –a causa de las anteriores razones– usted pierde varias de sus ovejas… ¿Le permitiría usted volver a las labores que previamente él ejercía, pese a lo ocurrido?

Generalmente hablando, existen dos posturas al respecto de qué es lo apropiado para hacer en tales casos.

A la pregunta anteriormente formulada, los adherentes a la primera postura responderían algo así como: “No; no debe pastorear hasta que no sea restaurado, pero una vez restaurado, ciertamente puede regresar a sus labores pastorales”.

La segunda postura argumentaría algo así como: «El pastor que ha defraudado a su Señor, pierde su trabajo. Algún día –cuando sane de sus heridas– podrá regresar a la hacienda, y será bien recibido, pero jamás lo será para pastorear las ovejas que una vez descuidó»

A la primer postura al respecto de los pastores adúlteros se le conoce como la postura «permisiva o normativa», y a la segunda, como la postura «restrictiva o regulativa».

1) La Postura permisiva o normativa

Esta primera corriente es sostenida principalmente en círculos pentecostales y carismáticos. Sin embargo, aún pastores reformados como R.C. Sproul Junior (cuando lo era) y Neo-Calvinistas como John Piper, entre otros, también se adhieren a ella.

Sus principales defensores arguyen que en casos de inmoralidad sexual, el pastor fornicario debe ser destituido del ministerio y disciplinado. Luego, aguardando en oración que el Señor obre en él un genuino arrepentimiento, este podrá no sólo ser restaurado a la congregación, sino al ministerio que antes ejercía.

La postura de R.C. Sproul Junior dice:

“Mi consejo sería remover al hombre de su oficio ministerial. Pero es precisamente eso, un consejo. No puedo afirmar que la Biblia ni prohíbe ni permite que un pastor así permanezca en el cargo en caso de arrepentirse.”

John Piper afirma que:

“En última instancia, creo que la respuesta es sí; Un pastor que ha cometido pecados de índole sexual puede ser nuevamente un pastor…”

Dentro de esta postura «permisiva o normativa» encontramos por lo general, dos argumentos que comúnmente son usados en defensa de su postura:

Existen dos argumentos que son usados para justificar la restitución ministerial del pastor adúltero. Un argumento que puede ser observado de manera recurrente, es el argumento «Davídico». Este argumento se define alrededor de la premisa: “David ejerció sus oficios a pesar de haber caído en el pecado de inmoralidad”.

El segundo argumento usado en favor de la restitución al púlpito de un pastor adúltero es este: “Dios no habla en la Escritura al respecto de cierta prohibición que impida que un pastor adúltero sea restituido al cargo que ocupaba antes de caer en pecado de inmoralidad sexual”. * ¿Recuerdan la postura de R.C. Sproul Junior?

Sin el afán moderno de pretender establecer mi convicción bíblica sobre ninguna iglesia, o pastor en su defecto, pero convencido de que es justo, al menos en esencia, responder a estos argumentos, procedo a definir ambos argumentos con el fin de refutarlos.

1.1) El argumento “Davídico” a favor del pastor adúltero

La soberanía de Dios como una de sus perfecciones no comunicables, se manifiesta claramente a lo largo y ancho de la Escritura. Si observamos, por ejemplo, cómo el Señor removió del trono de Israel a Saúl, a causa de su pecado, pero no removió a David, a causa del suyo, podemos caer en la cuenta de que en ese trato particular con David estaba operando Su propósito eterno y Soberano.

Ahora bien, cuando este proceder del Señor es visto a la luz de toda la enseñanza de la Escritura, se puede observar que esta fue una excepción Soberana que no puede ser convertida en una regla humana; es decir, no hay otra enseñanza en la Escritura que nos permita sospechar de que es «normal» en el proceder Divino hacer este tipo de excepciones; luego, el hecho de que Dios haya determinado no quitarle el trono a David jamás se podría haber constituido en garante o principio al que podamos apelar para decir «De la misma manera en la que Dios no le quitó a David su trono, así tampoco Dios impide que un pastor adúltero como David, pueda recobrar su pastorado»

Además del aspecto soberano de lo que Dios hace, que insisto, es un proceder soberano que no puede ser convertido en un patrón de conducta porque no es un principio bíblico, existe también el aspecto de la fidelidad en el cumplimiento de Sus promesas: Dios hizo un pacto con David antes de que este cayera en pecado de inmoralidad sexual. Dios prometió a David que su reino duraría para siempre y que de su simiente vendría Aquel Mesías que sería el Señor y el Salvador. Este pacto con David (2 Samuel), fue la reiteración del pacto de gracia de Génesis 3:15, y al ser la gracia la esencia de dicho pacto, su cumplimiento no dependía de nada que David hiciese o dejase de hacer. Su reinado sobreviviría al desvarío moral –temporal– de Salomón, e incluso, a la perversidad de Manasés. En pocas palabras, sí, David fue severamente castigado por el Señor a causa de su pecado, pero en palabras del común «David, el rey adúltero, jamás podría haber sido removido de su trono»; la razón es obvia: de la Tribu de Judá saldría «su hijo», el Mesías, quien se sentaría en el trono de la casa de David para siempre.

Así que la permanencia de David en el Trono de Israel pese a su pecado de inmoralidad sexual, en realidad no se debe a la existencia de un principio o modelo de restauración de «pastores adúlteros», sino al hecho de que pasare lo que pasare (incluyendo la comisión del pecado), la promesa se tenía que cumplir: del rey (David), tenía que salir el Rey (Jesucristo).

Así las cosas, se concluye que David permaneció como rey por el carácter inmutable del pacto que contenía las promesas mesiánicas que sólo podrían cumplirse en David y en nadie más; a la postre, el Mesías tenía que venir «de los lomos de él como Rey, y no de uno que fue rey otrora pero que fue destituido por su pecado».

1.2) El argumento del silencio de Dios al respecto de los pastores adúlteros.

Este argumento se apoya en un «supuesto silencio de Dios»; es casi el mismo argumento de quienes defienden al adoración no regulada: «Dios no habla nada al respecto de cómo debe ser la adoración en el contexto del N.T.», dicen ellos.

Pero de la misma manera como Dios no caya en algo tan importante como la adoración a Dios, mi opinión es la de que Él tampoco calla al respecto de algo tan importante como es la idoneidad moral de aquel que gobierna sobre la iglesia local. Dios habla claramente al respecto en pasajes como 1 Tim 3 y Tito 1. Lo que sucede es que si queremos encontrar las respuestas de Dios a preguntas particulares como esta, además de necesitar Su gracia para dejar de lado, tanto prejuicio como sea posible, también la necesitamos para hacer una exégesis apropiada a dichos textos (como lo haremos de manera particular con 1 Tim 3:2, Tito 1:7 y 1 Tim 3:7.

Así que este argumento se apoya en el silencio de Dios y le atribuye a la iglesia la potestad de ejercer discreción en caso de presentarse un caso de inmoralidad sexual por parte de su ministro; en otras palabras, dicen ellos «porque Dios calla al respecto de cómo proceder, la iglesia puede decidir si restablecer o no al oficio pastoral, a nuestro ministro adúltero que ya se ha arrepentido»

Pero además de la postura permisiva o normativa, se tiene una postura más ortodoxa, a saber, la postura restrictiva o regulativa.

2) La Postura restrictiva o regulativa

La segunda corriente representa una aproximación más ortodoxa y dogmática al respecto del tema en cuestión. Sus argumentos corren alrededor de las siguientes líneas: “Es un deber bíblico amar al hermano en mención y orar por él en esos momentos difíciles, pero es necesario disciplinarlo, destituirlo del oficio pastoral, para que conforme sea la Providencia de Dios, el tal sea restituido en plena comunión a la iglesia.

Sin embargo, debido a la naturaleza peculiar del pecado de adulterio, el ofensor queda inhabilitado (léase descalificado) para ejercer de nuevo el oficio pastoral. ¿La razón? El requerimiento permanente de “irreprochabilidad” no puede ser cumplido de nuevo por quienes voluntariamente se lanzan a las escandalosas redes de inmoralidad sexual.

El Dr. John MacArthur, dice

“La iglesia debe hacer todo lo posible para atender a aquellos que han pecado… Pero eso no incluye la restauración al oficio ministerial de un hombre que se ha descalificado a sí mismo y renunciado el derecho a presidir. Hacerlo implica adulterar el estándar bíblico y rebajar las normas que Dios ha establecido”

Nota: Este artículo fue escrito por este servidor hace muchos años. Lamentablemente perdí la cita de la postura del Dr. Peter Masters. Si bien no la puedo citar, lo que sí hago es reiterar que el Dr. Masters arguye, casi en la misma línea del Dr. MacArthur, que el pastor adúltero queda descalificado para continuar presidiendo una congregación, pues carece del carácter irreprochable o irreprensible que la Escritura permanentemente demanda de él.

Así las cosas, la postura restrictiva o regulativa al respecto del pastor adúltero, se apoya en la firme creencia de que la Escritura provee elementos de juicio suficientes para concluir que, el carácter «irreprochable» de sus ministros no sólo es un requerimiento Divino para el oficio ministerial, sino que es algo que sus ministros, –claro está, por la gracia de Dios– deben siempre permanecer en cumplimiento (de).

¿Qué denota la palabra «irreprensible», y dónde queda el carácter irreprensible de un pastor adúltero?

Observemos los requerimientos Divinos para el oficio pastoral:

Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; v3 no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino amable, apacible, no avaro; v4 que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad v5 (pues el que no sabe gobernar su propia casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); v6 no un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo. 1 Timoteo 3:2-5

Porque es necesario que el obispo sea irreprensible, como administrador de Dios; no soberbio, no iracundo, no dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, v8 sino hospedador, amante de lo bueno, sobrio, justo, santo, dueño de sí mismo, v9 retenedor de la palabra fiel tal como ha sido enseñada, para que también pueda exhortar con sana enseñanza y convencer a los que contradicen. Tito 1:7

En los requerimientos de los líderes de la iglesia local hay una palabra que se repite, y es la palabra “irreprensible”. En nuestra lengua la idea es la de una persona que no puede ser reprendida; una persona cuya vida y carácter no permite la censura o el desapruebo, o en palabras que más se adhieren a la idea proyectada por la palabra en griego, una persona a la que «no se le puede agarrar o coger« para acusarlo o reprenderlo.

El original griego de la palabra “irreprensible” es ανεπίληπτος, anepilēptos; que significa: “sin mancha, sin repudio”, y de manera aplicada (pues el griego es bastante elástico al respecto de esta palabra), una persona que en virtud de su carácter “no puede ser tomada para ser expuesta a censura, o a incriminación a causa de un pecado”.

De hecho, el uso de la palabra “irreprensible” en la literatura griega en tiempos del Apóstol (quizás anteriores) denota la idea de una persona que no podía estar sujeta a control por parte de otros, incluso, que no podía ser atacada por ellos.

Así pues, el varón irreprensible del que me habla la Escritura, es uno cuya vida es caracterizada por la piedad y no por el escándalo de un pecado; de hecho, el varón irreprensible siempre tienen una limpia consciencia delante de todos, por lo que jamás teme sufrir reproche, censura o acusación por de pecados escandalosos. Yo soy de aquellos que arguye que un pastor puede dejar de ser «irreprensible» no sólo por la comisión del adulterio, sino por la comisión de ciertos pecados que contradicen abierta y descaradamente la fe cristiana. (Tome como ejemplo, los pecados señalados por Pablo en 1Co 6:9-10 que potencialmente cometieron algunos de los corintios cuando estaban en el mundo y eran esclavos de sus concupiscencias: fornicación, idolatría, adulterio, homosexualismo, robo, avaricia, borrachos, maldicientes, estafadores).

Sobra decir que un pastor no es Dios, pero cabe anotar de igual manera que tampoco es el súper ungido del Señor, inmune a las tentaciones y exento del pecado. Un pastor, sencillamente hablando, es un pecador redimido que ha sido llamado al oficio pastoral por la gracia de Dios, y que como cualquier otro pecador redimido, lucha con su remanente de pecado, y está sujeto a las tentaciones de los hombres. Sin embargo, ante tales tentaciones, y en virtud del oficio al que fue llamado por la gracia de Dios, se espera que tal varón batalle fiel y firmemente para la gloria de Dios, con el propósito de honrar a su Dios, y claro, de continuar siendo de ejemplo moral para el pueblo que Dios le ha encomendado.

Para ilustrar la palabra irreprensible, veamos el carácter del profeta Daniel.

El carácter irreprensible de Daniel.

Entonces los gobernadores y sátrapas buscaban ocasión para acusar a Daniel en lo relacionado al reino; mas no podían hallar ocasión alguna o falta, porque él era fiel, y ningún vicio ni falta fue hallado en él. V5 Entonces dijeron aquellos hombres: No hallaremos contra este Daniel ocasión alguna para acusarle, si no la hallamos contra él en relación con la ley de su Dios” Daniel 6:4

Daniel era irreprochable en el sentido de que ni aún sus más férreos enemigos podían acusarlo de ningún vicio o falta pasada o presente: «No hallaremos contra este Daniel ocasión alguna para acusarle»; o en palabras usadas en este escrito, «No hallaremos contra este Daniel ocasión alguna para censurarle o reprocharle algo indebido o inapropiado»; ¿el punto? Daniel era irreprochable, tal y como lo deben ser los ministros del Evangelio entretanto proclamen el Evangelio y presidan una grey local.

Este es un ejemplo de irreprochabilidad conforme a la Escritura. Sobra decir que como ser humano Daniel no era una persona perfecta, pero sí era una persona irreprochable e irreprensible, aún ante los ojos de sus detractores como nos lo indica la Escritura.

Nadie puede verdaderamente vituperar el nombre del Señor cuando hay un ministro irreprensible.

Si bien es cierto que no se puede negar que el mundo impío aborrece a Dios y a todo lo que se relacione con Él, también es cierto de que todos los cristianos somos llamados a no darles razones para que así procedan. En otras palabras, nadie podrá impedir que la iniquidad de los inicuos los lleve a burlarse del Altísimo, pero el punto es que ninguno de los procederes de sus hijos debería constituirse en causa o motivo de esa burla; o en palabras precisas, ningún proceder de un hijo de Dios debería convertirse en una razón para que el nombre del Señor sea blasfemado: eso es lo que dice Su Palabra.

Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros. Rom 2:24

Ahora, si es vergonzoso que a causa de nuestros pecados los impíos se burlen y blasfemen el nombre del Señor, ¿qué se podrá decir de un ministro? Aquí es donde, además de Daniel, vemos otro ejemplo claro de carácter «irreprensible«… en Pablo.

No damos a nadie ninguna ocasión de tropiezo, para que nuestro ministerio no sea vituperado 2 Cor 6:3

Pablo sabía cómo debía conducirse en la casa de Dios (la iglesia), pero también sabía cómo debía hacerlo fuera de ella (el mundo). ¿Dónde hubiera quedado el avance del Evangelio en una ciudad tan inmoral como Corinto, si los Corintos, que eran incomodados a menudo con las predicaciones que condenaban la inmoralidad, supieran que quienes predicaban eran inmorales, tanto o más que ellos? Si el testimonio de esa iglesia se vio afectado por su negligencia al obrar en contra de un acto de inmoralidad en un hermano, ¿cuán grande hubiera sido el daño para la iglesia si el inmoral era quien la presidía y predicaba?

El ministerio de Pablo fue «irreprensible«, tanto como lo era su carácter y como debe ser el carácter de quien lleva a cabo un ministerio de la iglesia local. Es pues, claro, que un ministro no puede dar ocasión de tropiezo para que sus labores sean el objeto de la burla de los impíos, y para que por ende, el nombre del Señor sea blasfemado entre ellos. Cuando el ministro adultera, junto con las consecuencias de su pecado, el tal adquiere una reputación indeleble de adúltero entre los inicuos, incluso si Dios le ha perdonado. ¡El adulterio ha convertido a tal varón en el objeto de burla!, sus pasiones sin control son la causa del escarnio que ellos hacen de Cristo, y difícilmente podrá volver llamar pecadores al arrepentimiento o santos a la santificación: como referente e imagen que él es de Cristo, cabeza de la iglesia, él ha perdido la autoridad moral para hacer tales cosas.

En esa línea de razonamiento, veamos el siguiente versículo,

También es necesario que tenga buen testimonio de los de afuera, para que no caiga en descrédito y en lazo del diablo. 1 Tim 3:7

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Pastor adúltero, Jimmy Swaggart.

¿Qué buen testimonio podrá dar a los «de afuera» una persona que a los de adentro les ha mostrado todo lo opuesto? ¡Desde luego, Dios perdona al pastor adúltero, si este se arrepiente! y ¡claro, la iglesia local lo debe recibir de vuelta en su seno, si este muestra frutos dignos de arrepentimiento!… pero… las consecuencias de su pecado, en el caso particular del adulterio (entre otros anteriormente mencionados), lo inhabilitan para presidir una congregación; ¿por qué? Porque aunque haya sido perdonado por Dios y por la congregación, el tal siempre carecerá de «buen testimonio» para con los de afuera, y por ende, siempre estará imposibilitado para cumplir con el requerimiento Divino de 1 Tim 3:7 – las calificaciones que antes cumplió, ahora no las puede cumplir; él mismo se descalificó; ahora no pudiendo ser de testimonio para con los de afuera (el mundo) a causa de las censuras y reproches por su pecado, está inhabilitado para ejercer los oficios de servicio para con los de adentro (la iglesia).

El adulterio cometido después de toda conversión a Cristo, es una mancha indeleble en la «hoja de vida» que descalifica al aspirante al ministerio. De la misma manera, el adulterio cometido en ejercicio del ministerio, es una mancha indeleble en la «hoja de vida» que imposibilita a quien antes ejercía dichas labores a retomar el oficio ministerial.

Pastor adúltero o irreprensible: ¿Qué dicen los notables del pasado?

William Barclay dice:

“El líder cristiano debe ser un hombre al que no se le pueda criticar de nada… esto es, irreprochable (ανεπίληπτος, anepilēptos). Se usa esta palabra para describir una posición que no está expuesta al ataque o de una vida que no está expuesta a la censura… Los griegos mismos definían la palabra como «no ofreciendo nada que un adversario pudiera utilizar en su contra.»

Aquí tenemos el ideal de la perfección. No seremos capaces de realizarlo plenamente; pero sigue en pie el hecho de que un líder cristiano debe ofrecerle al mundo una vida en pureza que no deje ninguna grieta abierta para la crítica.”

Henry Mahan comenta:

“Él debe tener una buena reputación con los hombres que no pertenecen a la iglesia; A pesar que ellos desprecian lo que predicamos, no les debemos dar
ocasión para blasfemar el Evangelio a causa de nuestra conducta incoherente e hipócrita. La participación en actividades cuestionables y el comportamiento inapropiado traerá el oprobio de los hombres y abrirá la puerta a Satanás…»

Matthew Poole argumenta:

“el apóstol tendría como ministros dentro de la iglesia, a hombres que contaran con buena reputación fuera de la iglesia; otros (hombres que no contaran con buena reputación fuera de la iglesia) pueden ser admitidos como miembros de la iglesia, pero no como gobernantes en ella…

Joseph Exell dice:

“Sería un gran riesgo introducir en el ministerio a alguien que ha seguido una vida floja, porque los que estaban familiarizados con su historia, estarían listos a sospechar de la pureza de su congregación y de la reputación manchada de su pastor.»

John Gill:

«A pesar que a los hombres malvados (versión árabe) no les agrada ni los principios ni la vida de ministros piadosos, y desprecian a sus labores, sin embargo no pueden hablar mal de la vida y de la conducta de un ministro. Y esta parte de su carácter es necesaria al invitar a personas inconversas a escucharlos…»

Albert Barnes expone:

La idea es esta: el ministro debe tener una reputación delante de quienes están fuera de la iglesia que avale la integridad de carácter. Él no debe ser adicto a algo que pueda considerarse incompatible con la buena moral. Su conducta debe ser tal que nadie pueda considerarla incompatible con su profesión de fe. Él no puede dar ocasión de escándalo o reproche en su contra en lo que respecta a su interacción personal con mujeres, sino que debe ser considerado como un hombre de una vida pura y santa. Ningún ministro del evangelio, posiblemente, pueda hacerles bien a las personas, a menos que lo consideren como un hombre recto y honesto. No importa lo que predica o profesa; no importa lo ortodoxo, entendido que sea o lo devoto que parezca ser, todos sus esfuerzos serán en vano a menos que lo consideran como un hombre de integridad incorruptible.

Consideraciones finales

1) ¿Es el mundo secular más apegado a la Escritura que la misma iglesia?

Después de esto, lamentablemente lo digo para vergüenza nuestra, parece ser que el mundo secular es más estricto que la iglesia en lo que respecta a los impedimentos e inhabilidades para ejercer ciertas funciones.

Por ejemplo, en Colombia «No podrán ser inscritos como candidatos a cargos de elección popular, ni elegidos, ni designados como servidores públicos, ni celebrar personalmente, o por interpuesta persona, contratos con el Estado, quienes hayan sido condenados, en cualquier tiempo, por la Comisión de Delitos que afecten el patrimonio del Estado» es decir, quienes sean reprochables de peculado culposo, por uso o por apropiación.

Además de los impedimentos o inhabilidades que consagren las disposiciones vigentes, no podrán ser elegidos miembros de Juntas o Consejos Directivos, ni Gerentes o Directores quienes «hubieren sido condenados por delitos contra la administración pública, la administración de justicia o la fe pública, o condenados a pena privativa de la libertad…» es decir, quienes sean reprochables de mala administración.

Si estos son dos ejemplos claros de impedimentos para que una persona reprochable tome un cargo público, ¿por qué parece que las posturas de muchas iglesias tienden a rebajar el alcance de los estándares o requerimientos que la Palabra para el oficio pastoral? ¿por qué una iglesia habría de permitir que un pastor adúltero con un antecedente de «gruesa inmoralidad» ejerza un cargo que demanda ser ejemplo de las virtudes a las que ha renunciado?

2) ¿Merecemos todos, una oportunidad?

La respuesta es no, no la merecemos. Las oportunidades las concede Dios en Su Soberano proceder, y no se dan como resultado de cualquier estándar pietista.

Así que, 1) Al ser el requisito de la «irreprochabilidad del ministro» un requerimiento Divino; 2) al no encontrar en la Escritura ni un ejemplo o principio que proyecte tan siquiera una leve sombra de duda, a manera de excepción, sobre a tal requerimiento; y 3) dado el hecho del carácter voluntario, consciente y decidido con el que el pastor cometió el acto del adulterio, todos deberíamos afirmar: ¡no!, no se puede hablar de segundas oportunidades para pastores adúlteros en lo concerniente a su restitución al púlpito.

Considerar darle una segunda oportunidad al ministro adúltero es lo suficiente malo para ser mencionado; dársela, creo que es de lo peor:

  1. Porque se estaría medrando la esencia de la palabra «irreprensible» en su original griego, al que debemos apelar en toda discordia de doctrina.
  2. Porque la iglesia estaría obviando el carácter «irreprensible» del ministro como un requerimiento permanente, el cual el ministro debe cumplir durante el ejercicio de su oficio;
  3. Porque se sienta el precedente de que el pecado no tiene consecuencias (al fin y al cabo el adúltero no perdió su pastorado);
  4. Porque la iglesia estaría actuando como si no le importara lo que dice la Palabra al respecto de que su ministro debe «tener buen testimonio de los de afuera»
  5. Porque en última instancia, al darle esta «segunda oportunidad», la iglesia estaría minando el principio de la autoridad moral que todo ministro debe poseer por la gracia de Dios, para liderar y gobernar con sabiduría pero con su propio ejemplo, la grey de Dios. Es impensable imaginar a alguien que lidere la grey del Señor y que diga: «miren el ejemplo Cristo, pero no vean el mío, pues no ha sido como el de Cristo».

3) ¿Qué debe hacer la iglesia?

Si un ministro cae en pecado de índole carnal, aproximémonos a él con firmeza pero con amor en el Señor. Lidiemos con la situación con inteligencia, no con emociones, y siempre pensemos primero en honrar al Señor y en salvaguardar la iglesia de un mal ejemplo y de la burla de los impíos. Nuestro amor por Dios al obedecer Su Palabra tiene que ser mucho más grande que el aprecio que naturalmente le podamos tener a nuestro ministro.

En caso de inmoralidad sexual debidamente probada y comprobada (independiente si el ministro lo reconoce o no), el ministro debe proceder de manera ética y honrosa a abandonar su posición de inmediato sin causar más problemas o zozobras en la iglesia (ya han sido suficientes las que su pecado ha causado).

En días donde pastores adúlteros se aduto-disciplinan, no sobra decir que él no se puede auto-disciplinar: la iglesia está en la obligación de disciplinarle y sólo en ella reposa la prerrogativa de la administración de la disciplina; tampoco reposa en él la potestad de juzgar su arrepentimiento con el fin de levantarse su propio castigo, y muchísimo menos de restablecerse a un puesto al que él renunció en favor de sus concupiscencias.

Al tal, se le debe excluir de la comunión entre los santos, habiendo presentado pruebas irrefutables en su contra por boca de dos o más testigos. Sin embargo, todo debe ser hecho con amor cristiano evitando a toda costa revelar detalles innecesarios o excesivamente grotescos de su inmoralidad.

4) ¿Qué debe buscar la iglesia?

Al disciplinar a un ministro adúltero, debemos buscar la gloria de Dios, la protección de la iglesia, guardar el testimonio ante el mundo y como último punto, no siendo necesariamente el punto menos importante, debemos buscar en oración la restitución de la persona a la iglesia conforme sea la voluntad de Dios.

5) ¿Qué debe hacer el ministro que ha caído en descrédito a cusa de inmoralidad sexual?

El hombre que solía ejercer labores ministeriales, tiene un largo camino por recorrer y una profunda examinación qué hacer. Para comenzar, el tal debe preguntarse ¿Soy en verdad creyente? Esta pregunta podría sonar ridícula para una persona orgullosa, más nunca, para una persona que entiende la magnitud de su pecado.

Uno de los peligros en el proceso disciplinario de un ministro fornicario es su propio ego. El orgullo de la mayoría de ministros que cae en pecados de inmoralidad sexual es tan, tan grande que le impide siquiera pensar en la idea de que su ministerio se disuelva. Eso sería el golpe más duro que puedan recibir, de ahí que su orgullo no permita considerar esta idea como la consecuencia natural de su
pecado.

El ministro debe por el contrario ser humilde y conceder que el enemigo ha ganado una batalla y que lo ha herido seriamente. Él debe entender que la guerra no ha sido perdida y que mientras que su herida no le impide caminar en pos de Cristo, sí le impide ser ejemplo de un andar irreprensible en pos de Él.

Conclusión

El principio bíblico de la “irreprochabilidad del ministro” no es reciclable ni es negociable; es decir, los varones que fueron ordenados como ministros, y luego caen en pecados de inmoralidad sexual, siempre podrán ser restituidos a la iglesia local –conforme sea su genuino arrepentimiento– pero jamás podrán presidir la iglesia local –a pesar de su genuino arrepentimiento; a eso me refiero al decir «no reciclable»; «no reciclable» en el sentido de que el pastor que cae en el escándalo del adulterio, no puede reinventarse como pastor. Ahora, al utilizar la expresión «no negociable», a lo que hago referencia es a que una iglesia local no tiene la facultad para hacer excepciones a la regla o principio bíblico de la descalificación definitiva del pastor adúltero.

Si decimos que la tenencia de un testimonio irreprensible antes de que un varón pueda ser ordenado, es una condición no negociable que demanda Dios en Su Palabra, también sigue el varón que es ordenado al ministerio tiene que permanecer en cumplimento de dicha condición –claro está, sólo lo hará por la gracia de Dios. En otras palabras, la gracia de Dios en el «hombre de Dios» se va a reflejar en el hecho de que ese varón continuará en cumplimento de la condición establecida por Dios mismo; a saber, de que la conducta de sus ministros siempre tiene que ser tal que no admita reproche, censura o acusaciones que arruinen su testimonio ante los de afuera, y su ejemplo y autoridad moral para con los de adentro.

Nota: No escribo hoy, si se me permite, como pastor, sino como un hermano en Cristo sobrecogido por la solemnidad del llamado y del oficio pastoral. No escribo para acusar a nadie, ni tampoco con alguien en mente. Sólo escribo recordándome a mí mismo, y humildemente, recordando a otros ministros, de los peligros que nos acechan y de las terribles consecuencias a nivel personal, familiar y eclesial –muchas de ellas de carácter irreversible– que puede potencialmente causar la caída en el adulterio. Dios nos ampare de tal cosa y guarde las iglesias que presidimos.

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