¿Quiénes Somos en Realidad… ¿Cómo Saberlo?
Quienes han leído el comienzo de la obra magistral de Juan Calvino: Institución de la Religión Cristiana, recordarán que él dice: Casi toda la suma de nuestra sabiduría, que de veras se deba tener por verdadera y sólida sabiduría, consiste en dos puntos: a saber, en el conocimiento que el hombre debe tener de Dios, y en el conocimiento que debe tener de sí mismo.
Vivimos en épocas en las que grandes obras de los Reformadores y Puritanos comienzan a ser traducidas; en las que el interés por las doctrinas de la gracia aumenta, y en las que cada día, gracias a Dios, hay más y más cristianos serios leyendo a John Owen y no a Cash Luna, a Thomas Boston y no a otros charlatanes y mercaderes de la fe. Todo eso es bueno.
El llegar a conocer cosas que antes no conocíamos, también es bueno; el saber que ese nuevo conocimiento adquirido tienen un claro soporte en la Escritura, es mejor; pero lo más hermoso de este proceso de adquisición de conocimiento es esto: usarlo adecuadamente para la gloria de Dios: ¡Eso es sabiduría! Sabiduría es usar el conocimiento adquirido de una manera justa, o bíblica, para la gloria de Dios.
Ahora bien, la adquisición del conocimiento doctrinal es una miel en la que muchos nos deleitamos a diario, ¡y no hay nada de malo en ello!, claro, sólo hasta que relegamos a un segundo plano la obligación que tenemos de procurar conocernos mejor a nosotros mismos: pero ¿cómo lo hacemos? Conociendo lo que se oculta en nuestros corazones.
La Escritura nos muestra la razón por la que deberíamos ser más diligentes en conocernos a nosotros mismos. Jeremías capítulo 17, versículo 9, nos recuerda que: Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿Quién lo conocerá? A todas luces aquí encontramos una advertencia Divina de mucha utilidad: nuestros corazones son perversos, pero además engañosos. El corazón del ser humano a menudo hace que el amante del pecado se vea como justo, que el religioso empedernido se vea como merecedor del Cielo, que el que hace daño a la iglesia crea que le ha rendido servicio al Señor, y que el profesante de la fe cristiana vea su pertenencia a la iglesia como un accesorio y no como una necesidad.
Así que, la razón por la que deberíamos ser más diligentes en la procura de conocernos mejor a nosotros mismos es puntualmente esta: el carácter engañoso de nuestro corazón, y el daño que ese remanente de maldad puede causar en nuestras vidas.
Ahora bien, ¿cómo podemos procurar conocernos mejor?
Primero. EXAMÍNESE A LA LUZ DE LA PALABRA.
En nosotros no hay luz propia, y la luz que hay, es un reflejo de la gracia de Dios e imagen de Cristo. En virtud de lo anterior, es claro que debemos examinarnos a la luz de las Sagradas Escrituras, porque solo ellas pueden poner al descubierto (por la gracia de Dios) las perversidades camufladas en los profundos recovecos del corazón. El entendimiento propio de nuestras falencias y pecados es poco, y en el mejor de los casos, insuficiente; es como tener un fósforo encendido en medio de un enorme escenario a oscuras: podrá alumbrarnos a unos pocos centímetros, pero jamás dará luz donde nuestros pecados están más escondidos. De este modo, cualquier introspección o auto examinación que hemos de hacer en nuestro caminar como hijos de Dios, habrá de hacerse conscientes de que sólo en Dios está la luz que alumbra nuestras tinieblas, que en Su Espíritu está el resplandor que nos guía, y que en Su Palabra encontramos aquella lámpara que es lumbrera a nuestro camino.
Segundo. EXAMÍNESE CON HONESTIDAD.
Además, el hombre necesita examinarse con honestidad; es decir, con el profundo deseo de desentrañar cualquier pecado que él mismo haya escondido y normalizado en su corazón, y de arrepentirse. De nada aprovecha este ejercicio si no se tiene como objetivo mortificar el pecado que pueda ser hallado. Por tanto, escudriña tu corazón con honestidad, tal y como lo hizo el salmista en el Salmo 139, versículo 23: Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; Pruébame y conoce mis pensamientos, Y ve si hay en mí camino de perversidad, Y guíame en el camino eterno. O, pídele, como lo hizo Eliú, quien derramó su corazón delante del Altísimo, diciendo: Enséñame tú lo que yo no veo; Si hice mal, no lo haré más. Libro de Job, capítulo 34, versículo 32.
Ahora bien, si Dios ve un usted un deseo honesto de mirar su pecado y de arrepentirse, Él le concederá esa gracia (pues es una gracia del Altísimo que el hombre vea su pecado con miras del arrepentimiento). No obstante, si todo lo que ve Dios en su corazón es el deseo de continuar viviendo en su pecado o de continuar ocultándolo, este ejercicio de autoexaminación poco o ningún fruto dará. Pero lo peor será esto: usted seguirá engañado y en pecado.
Tercero. EXAMÍNESE DE MANERA DETENIDA O SIN AFANES.
De nada sirve tener el deseo de conocer el verdadero estado del corazón, si el ejercicio de autoexaminación del que hemos estado hablando, se hace a las carreras. A menudo sucede con las personas que, por salir de paso con la responsabilidad que tienen conocer qué hay en sus bodegas, hacen un inventario acelerado de cada estantería. Sucede lo mismo con cualquier esfuerzo que hagamos por conocer qué hay en nuestros corazones: no contaremos bien lo que en verdad hay en él, a menos que lo hagamos a la luz de la Palabra, con el deseo de erradicar el pecado, y de manera detenida (y hasta detallada).
La visión de túnel también se nota en el ámbito espiritual; hago referencia a la normalización de un pecado que ha sido cometido por tanto tiempo, que ya no se ve como pecado. Muchos pasan por los estantes de su mente y ven algo extraño, pero como este elemento ya ha estado allí por muchos años, pasan rápido sin contarlo como pérdida y como daño. Tengamos sumo cuidado. Si deseamos ganar aquel conocimiento que nos permita hacer un verdadero balance espiritual del estado de nuestras almas. Que el ejercicio de autoexaminación sea hecho sin afanes.
Cuarto. EXAMÍNESE DE MANERA PERMANENTE.
Con el implacable empuje del pecado y con su voraz deseo de consumirnos, de poca o de ninguna ayuda será para nuestras almas, el mirar cuál es el estado del corazón de vez en cuando. Dicho esto, y teniendo en cuenta que el pecado no concede tregua, y que su maleza no descansa en su afán por opacar el jardín de nuestros corazones regenerados, hagamos de la autoexaminación un ejercicio diario. No importa si lo hace en la mañana o en la noche, deténgase, ore, pídale al Señor que Su Espíritu lo guíe, que Su Palabra lo ilumine, y que su Hijo lo perdone. De seguro encontraremos algo de lo que debamos arrepentirnos, si buscamos de manera diligente y continua.
Conclusión.
No sabemos cuándo será el día y la hora de nuestra muerte; por tanto, pongamos nuestra casa en orden; y una de las maneras más efectivas de hacerlo es adquiriendo el conocimiento al respecto de quiénes somos verdaderamente. ¿Somos verdaderos creyentes aptos para identificar el pecado, a quienes nos fastidia el pecado, que luchamos contra el pecado, y que nos arrepentimos de cada pecado que en nosotros percibimos? O, ¿somos simples profesantes de la fe cristiana que, engañados por nuestros propios corazones, aprendimos a normalizar el pecado?
Recordemos: debemos vivir con nuestras casas en orden. Entiéndase con esto que debemos vivir vidas ordenadas. ¿Y cómo lo haremos? Examinándonos a la luz de la Palabra, con honestidad, con profundidad y con regularidad. Una autoexaminación así, será usada por Dios para darnos el conocimiento de aquello que debe ser desechado, tanto como de aquello necesario para nuestras almas que debe ser adquirido en el mercado de Su gracia.
Bienaventurado es el hombre a quien el Señor le enseña lo que hay en su corazón. Bien dice el Salmo 19 en su versículo número 12. ¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos.»
Quiera Dios que así sea.

César García, pastor bautista reformado confesional. Casado hace 23 años con Leticia, mi amada esposa, y con dos hijos. Viví en Londres por casi 18 años. Salvo por la gracia de Dios el 28 de Abril del año 2001. Cursé mis estudios teológicos en el Seminario Bautista Reformado de Londres del Tabernáculo Metropolitano (el de Spurgeon). Reconocido y comisionado por el Dr. Peter Masters y los ancianos y diáconos del Tabernáculo Metropolitano. Sólo un instrumento del Señor para la plantación de Gracia Redentora (Pereira, 2013) y de MIREFORMA (Manizales, 2019). ¿Mi anhelo? Llegar a ser un siervo inútil.