¿Se Ha Obsesionado la Iglesia con las Soluciones Políticas?

Los cristianos pueden involucrarse en la arena política como individuos, pero la arena política no es el lugar de la Iglesia (corporativamente hablando) para cambiar las instituciones políticas/gubernamentales. Nuestro Señor no ha dado a su Iglesia una agenda política, sino un mandato espiritual para proclamar el Evangelio y discipular a las naciones (Mateo 28:19-20). Tal mandato trasciende con mucho cualquier misión política o cultural.

Curiosamente, la iglesia primitiva, que vivía bajo un gobierno mucho más opresivo que el nuestro […] se sometió voluntariamente a Roma y nunca intentó formar un partido político o cambiar las leyes romanas. Se negaron a permitir que cualquier cruzada política tuviera prioridad sobre el Evangelio. Tenían una misión celestial y objetivos eternos en contraposición a los temporales. No estaban simplemente interesados en hacer una sociedad mejor; querían transformarla completamente con el mensaje del Evangelio. Si el Evangelio es realmente «el poder de Dios para la salvación» (Romanos 1:16), ¿por qué íbamos a predicar otra cosa? ¿Por qué tantos cristianos sinceros, pero equivocados, restan importancia al Evangelio en favor de un mensaje de reforma moral a través de la acción política? ¿No se han confundido bastante nuestras prioridades?

… (excepto, por supuesto, cuando nos obliguen a desobedecer la Palabra de Dios -Hechos 5:29-), sino someternos a él (Romanos 13:1-7; Tito 3:1-2; 1 Pedro 2:13-17) y orar por dichos gobernantes y autoridades para poder vivir una vida tranquila (1 Timoteo 2:1-2).

Una auténtica reforma moral nunca llegará por el mero hecho de cambiar las leyes, sino por cambiar los corazones y las mentes de las personas. Esto significa que debemos recuperar el arte de la persuasión (aunque, en última instancia, es la obra soberana del Espíritu Santo convencer y convencer a los seres humanos – Juan 16:8). Como evangélicos, nuestro mayor poder no se encuentra en la protesta, sino en la proclamación del Evangelio, porque, en efecto, si el Evangelio es realmente «el poder de Dios para la salvación» (Romanos 1:16), ¿por qué habríamos de recurrir a la retórica y la ideología políticas?

Por extraño que pueda parecer a algunos, los problemas a los que nos enfrentamos hoy en día […] no son principalmente políticos, ni siquiera morales, sino teológicos y espirituales. Es porque la gente está alienada de un Dios santo y no posee conocimiento de Él y de Sus caminos, que estamos experimentando un hedonismo masivo dentro de nuestra tierra. El remedio, por lo tanto, debe ser principalmente teológico y espiritual.

Esto, ninguna cruzada política o moral puede reformarlo. El gran apóstol de los gentiles lo ha dicho bien: «Porque aunque andamos en la carne, no guerreamos según la carne, pues las armas de nuestra guerra no son de la carne, sino divinamente poderosas para la destrucción de fortalezas» (2 Corintios 10:3-4; cf. Efesios 6:10-18).

Como conocedor de la política y antiguo ayudante presidencial de Richard Nixon, sería prudente escuchar las palabras de Charles W. Colson: “El entusiasmo actual por las soluciones políticas a los problemas morales de nuestra cultura surge de una visión distorsionada tanto de la política como del cristianismo: una visión demasiado baja del poder de un Dios soberano y una visión demasiado alta de la capacidad del hombre.

La idea de que los sistemas humanos, reformados por la influencia cristiana, allanan el camino hacia el Reino -o al menos, hacia el renacimiento- tiene el mismo tono utópico que se encuentra en la literatura marxista. También ignora la consistente lección de la historia que muestra que las leyes se reforman la mayoría de las veces como resultado de poderosos movimientos espirituales (y no viceversa). No conozco ningún caso en el que se haya logrado un movimiento espiritual mediante la aprobación de leyes” («The Power Illusion». Power Religion, ed. Michael S. Horton [Chicago: Moody Press, 1992] p.32).

La arrogancia y el grito al oponente político puede ser el camino del mundo, pero no es el camino de Cristo. En cambio, debemos responder con «discreción y discernimiento», como hizo Daniel con Arioc (Daniel 2:14). Debemos manifestar el tipo de comportamiento respetuoso que Pablo mostró ante Festo y el rey Agripa (Hechos 26; cf. Tito 3:1-2; Colosenses 4:5-6; 1 Pedro 3:15). Independientemente de nuestros sentimientos personales hacia nuestros líderes políticos, se nos ordena «honrar al Rey» (1 Pedro 2:17).

Por el momento, somos «extranjeros y peregrinos en la tierra» (Hebreos 11:13; cf. 1 Pedro 2:11). Esperamos una «patria celestial» (v. 16) y Dios mismo ha prometido preparar una ciudad para nosotros (v. 16). Siendo esto cierto, ¿por qué habríamos de enredarnos tanto en los asuntos de este mundo que olvidemos nuestra patria celestial y el mandato divino que Cristo ha dado a su Iglesia?

Como evangélicos, estamos llamados a usar nuestras mentes para la gloria de Dios y a probar todas las cuestiones, ya sean religiosas o políticas, con el criterio de las Escrituras (Hechos 17:11; 1 Tesalonicenses 5:21; 1 Juan 4:1). Al mismo tiempo, sin embargo, debemos reconocer que la Biblia no siempre será tan clara o directa a la hora de abordar las cuestiones a las que nos enfrentamos actualmente. Así, «debemos tener enfoques cristianos de la política, reconociendo que habrá una variedad de ellos, pero no debemos esperar producir ‘el programa político cristiano'» (Mark A. Noll, Nathan O. Hatch, George M. Marsden, The Search for Christian America [Colorado Springs, CO: Helmers & Howard, 1989] p.139).

… y podemos hacerlo no sólo porque es bueno para los creyentes y la libertad religiosa, sino porque es bueno para todas las personas (Gálatas 6:10; 1 Tesalonicenses 5:15). Escribiendo sobre este mismo asunto, los autores de The Search for Christian America han declarado.

Algunos cristianos hablan como si hubiera una antítesis absoluta entre el pensamiento cristiano y el no cristiano, descuidando el grado en que los propios cristianos se ven obstaculizados por el pecado y el error, y el grado en que la gracia común de Dios permite un espacio sustancial para la comunicación y la cooperación entre todas las personas en la vida cotidiana práctica…. Como todos vivimos en el mundo de Dios, tenemos, en la gracia común de Dios, alguna base para discutir y dar forma a la política pública sin apelar explícitamente a la Biblia. De hecho, las personas de todas las naciones del mundo han sido capaces de ponerse de acuerdo en muchos principios de justicia e interés humano, como por ejemplo, en los organismos y declaraciones de las Naciones Unidas.

El hecho de que discrepen violentamente en otros puntos o en la aplicación de sus principios comunes no debe ocultar este grado de coincidencia. Así, cristianos y no cristianos pueden estar de acuerdo en el valor de la caridad hacia los pobres y los hambrientos, en la indeseabilidad del genocidio, en que debe fomentarse la alfabetización, en la virtud de la lealtad a los amigos y a los padres, y en muchas otras cosas (pp.135-136).

…como una «nación cristiana». «El Nuevo Testamento enseña inequívocamente que Cristo dejó de lado las barreras nacionales y étnicas y que ha elegido cumplir sus propósitos centrales en la historia a través de la Iglesia, que trasciende todas esas fronteras…. El Señor de la historia no ha alineado sus propósitos con los valores particulares de ningún país o civilización» (The Search for Christian America, p.24).

Irónicamente, los evangélicos de hoy en día están haciendo lo mismo que condenaron a las iglesias liberales por hacer, buscando mejorar la sociedad, no a través de la proclamación del Evangelio y la discusión inteligente de la verdad bíblica, sino a través de estrategias de poder político, la legislación, y los esfuerzos para mover a la mayoría incrédula a vivir como cristianos.

Parece que nuestra principal preocupación no es predicar con precisión un Evangelio centrado en Dios y sus implicaciones tanto para los paganos como para los creyentes, sino el aborto, los valores tradicionales y una visión romántica de [nuestro país como una] “nación cristiana”. Si bien estos pueden ser temas importantes, no es el Evangelio ni es un mensaje que la humanidad más necesita escuchar. Cómo se dice, algunos cristianos están más versados en la política conservadora que en los escritos del Antiguo y del Nuevo Testamento. Los evangélicos no necesitan arrepentirse de su participación en la política per se, sino sólo de su obsesión por ella.

Como ha dicho Charles W. Colson: “Esa es una de las debilidades del movimiento evangélico actual: que está tan obsesionado con la política. Cree que tiene que haber una solución política para todo… No se cambia una cultura aprobando leyes. Se cambia una cultura cambiando los hábitos de la gente. Por eso el Evangelio es tan central para las posibilidades de reforma cultural en la vida [de nuestro país]” (Entrevista, «Running the Race», Rutherford [Journal], agosto de 1996, p.15).

No podemos permitirnos el lujo de buscar en los gobiernos humanos (incluso en los mejores) las respuestas definitivas a los problemas morales a los que nos enfrentamos. Para ello, debemos mirar a la Escritura y al Dios que se retrata en sus páginas. «No confíes en los príncipes, en el hombre mortal, en el que no hay salvación» (Salmo 146:3); «Así dice el Señor: ‘Maldito el hombre que confía en la humanidad y hace de la carne su fuerza'» (Jeremías 17:5).