Los golpes duros

Todos los golpes duelen. Si bien unos duelen más que otros, generalmente hablando, todos los golpes causan dolor en uno u otro grado. Pero hay de golpes a golpes; es decir, no sólo hay golpes que duelen bastante, sino que cualquier dolor causado por tales golpes se siente aún más, dependiendo de la persona del que los recibamos.

A menudo sucede que los golpes que más nos duelen, naturalmente provienen de aquellas personas cercanas a nosotros; de aquellas personas que viven con nosotros -familia-, o de aquellas a las que consideramos amigos o hermanos en el Señor. La calumnia, el chisme y las murmuraciones -sólo por citar un par de ejemplos- siempre causan mucho mal, pero tal agravio se agudiza y se hace más profundo y doloroso cuando proviene de una persona con la que hemos compartido, a quien hemos ayudado y a quien lo único que hemos hecho es amarla y desearle el bien.

Absalón y Ahitofel -el hijo del Rey David y su consejero personal- son ejemplos claros de cómo, cuando se quiere algo -en este caso, poder- se pierden los escrúpulos y se sueltan las riendas del alma para que esta corra apresurada a obtener lo que quiere; y si para eso es necesario pasar por encima de su propio padre -como en el caso de Absalón- o de su propio Rey y amigo -como fue el caso de Ahitofel, pues ¡que así sea, sentémosle un golpe y obtengamos lo nuestro! - hermano, ¡esos golpes son los que más duelen!

Esta triste realidad la vemos en repetidas ocasiones a lo largo de la Escritura, recordándonos al leerlas, la penosa realidad de los golpes que nos asestan familiares, amigos cercanos, y hasta compañeros de batalla de la fe. ¿Qué me dicen del alzamiento de Judas contra su Señor, o de Demas al abandonar a Pablo? Alguien bien podría argumentar "esos fueron impíos y eso explica el dolor que sientes del golpe que te dieron". A tal cosa, yo replicaría "es verdad ... pero sólo hasta cierto grado", pues negar el hecho de que en ocasiones el dolor que sienten nuestros corazones se debe a las ofensas y tratos inapropiados de hermanos en Cristo, sería negar una realidad que, si bien no debería ocurrir con frecuencia en el seno de una iglesia, sí ocurre sin lugar a cuestionamiento.

La traición de algunos de los más fervientes y devotos estudiantes y amigos de Spurgeon es un claro ejemplo, entre muchos otros que podríamos citar de la historia de la iglesia en tiempos recientes. Pero para no alargar más esta breve reflexión, termino con lo siguiente: he tenido la oportunidad de dialogar con pastores en varias partes del mundo a lo largo de los últimos 15 años, y si bien ninguna de nuestras conversaciones se ha centrado alrededor de los duros golpes que asestan personas cercanas al ministro, sí ha sido muy interesante que la inmensa mayoría de ellos se ha quejado -en el mejor sentido de la palabra- de cuán doloroso ha sido la traición o deslealtad que han sufrido a manos de los hermanos que han sido cercanos a ellos en la obra del Señor.

¿Cuándo me tocará a mi o a usted, soportar estos duros golpes? No es posible determinar si nos ocurrirá o, con precisión, cuándo nos ocurrirá. Pese a que algunas circunstancias parezcan decirnos 'allí viene el golpe', la verdad es que uno debe tener cuidado guardando su corazón, y esto, con el fin de no predisponerse en contra de nadie sin justa causa -de otra manera se puede caer en la paranoia. Por tanto, considero que lo más prudente es encomendar la causa a Aquel que permitiéndolo todo, -incluso que nuestros allegados nos asesten duros golpes- siempre, siempre tiene cuidado de nosotros.

Sal 41:9 Aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan comía, alzó contra mí el calcañar.

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