(Artículo publicado en diciembre del 2020)

Vale la pena recordar, que, históricamente, las iglesias reformadas han resaltado 3 propósitos en el ejercicio de la disciplina: 1) Honrar a Dios por medio de la ejecución obediente y justa de la disciplina; 2) Salvaguardar el testimonio de la iglesia que se ha visto afectada por la actitud desordenada y rebelde de quien es disciplinado; y, 3) La procura de la restauración del disciplinado.

Mientras que la estima por la disciplina eclesial es escasa, y en el peor de los casos, humanista y antropocéntrica (busca la restauración del ofensor antes que la gloria de Dios y la protección de la iglesia), lo peor radica, no en que la disciplina no esté siendo administrada, o que sea administrada de manera inapropiada, sino en que esté siendo administrada por una iglesia local bíblicamente establecida, pero no esté siendo reconocida por otras iglesias que también son bíblicas, e incluso que comparten su misma perspectiva doctrinal. Ahora tenemos la proliferación de grupos e iglesias que se están convirtiendo en guaridas para aquellos sobre quienes se ha administrado una disciplina de manera apropiada, pero cuya respuesta ha sido abandonar la iglesia local que los ha disciplinado.

Es sorprendente enterarse que a menudo se escucha que la iglesia «tal» ha recibido en su seno a una persona que fue disciplinada por otra iglesia bíblica y legítimamente establecida. ¡Es tal la falta de discernimiento de quienes reciben a quienes han salido «mal salidos» (o disciplinados) de otras iglesias, que no pueden ni siquiera discernir que al hacer esto, lo que hacen es participar de un gran mal, a saber: el de menoscabar la autoridad que Cristo le ha delegado a la iglesia local que ha ejercido la disciplina! – Tal práctica es digna de condenar, además de ser repudiable, pues no se está desacreditando la opinión de unas personas, cosa que se toleraría, sino la autoridad que Cristo mismo les ha conferido a ellos reunidos en Su nombre, en asamblea eclesial; cosa que no se puede pasar por alto.

Lamentablemente la mala costumbre de aceptar en el seno de iglesia locales a personas disciplinadas por otras iglesias se ha convertido en los últimos años en el aliciente de los rebeldes, en el escondite de quienes causan división, en la esperanza de los chismosos, y en el refugio de quienes en última instancia persisten en no arrepentirse, diciendo: «me someto a Dios, pero no a los hombres», o «esa iglesia está bajo el juicio de Dios» (término que a menudo los incendiarios usan para justificar su proceder)

Es debido a lo anterior que los disciplinados salen campantes de la iglesia que los disciplina con la certeza de que hay otras «allí afuera» con las puertas de par en par, listos para darles la bienvenida sin cuestionamiento alguno… ¡Qué pesar! … ¡Qué pesar de la eclesiología de gran parte de la reforma de este país! … ¡Qué pesar del poco discernimiento de las iglesias que menosprecian la disciplina administrada por otras! … ¡Qué pesar de la falta de ética pastoral de quienes presiden estas congregaciones! … pero sobre todo lo anterior, ¡Qué pesar de quienes le huyen a la disciplina! (aunque a la postre sea de bendición para la iglesia que los ha disciplinado) … de estos amigos, quiera Dios compadecerse.

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